Generalmente mi lugar de trabajo es un espacio lleno de ruido, nerds, retros y otras faunas vintage. Pero esta frase sonó como un martillo en mis oídos:
-- Hija mía; Estaba embarazada y no me podía tomar nada, así que el farmacéutico me dijo que ésto, mal, mal, lo que se dice mal, no me iba a hacer. ¿Quieres uno? Es para el dolor de garganta.
La mala follá, me recorrió el cuerpo como una droga. Un calor agradable y a la vez un terremoto. Me levanté.
--¿Me dejas echarle un ojito?
Homeopatía de la buena. Boiron en marcha
Guá. No me pude resistir. Es la mía. Aquí estoy yo para parar este despropósito. No luché mucho por lo que no creí perdido, pero en cuanto las masas irracionales se me avalanzaron, llegó el momento del retiro a reflexionar.
¿Qué mueve a una mente analítica y cartesiana, a ir a la farmacia y dejarse aconsejar por algo que no funciona?
¿Qué?
Y la mente se me fue a reflexionar sobre los chamanismos, las religiones, el poso cultural, la infraeducación, la falta de espíritu crítico, las creencias ciegas...

Stop. Para el carro. ¡Tiene que haber algo más evidente! ¡Algo con lo que Boiron juega adecuadamente bien! ¡Algo sencillo! ¡Algo que tenemos delante de los ojos y no vemos!
Ponzoñas aparte, me quedé con lo siguiente:
Desde que el ser humano camina erguido, siempre ha habido gente muy capaz de influir en los demás, infundiéndoles un miedo irracional, que sólo ellos podrán calmar, justamente, con lo que ellos venden.
¿Suena? Ponga aquí cualquier religión, creencia, superchería, tradición irracional o crecepelo barato.
¡Venga ya, oiga usted! La irracionalidad exacerbada debería estar castigada con la esterilización.
Acepto que alguien necesite un ser superior que le espere al final de las escaleras que -piensa- le conducen a algún sitio después de la muerte. ¡Pero sólo eso! ¡Sólo después de la muerte! Antes, déjemonos de chorradas y luchemos por avanzar en el conocimiento humano. ¡Todos!
Si Newton, Galileo, Maxwell, Tesla o Feynman no hubieran luchado por lo que creían, seguiríamos quemando congéneres en las plazas públicas al grito de ¡sal de ahí, Satanás!
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