¿Qué esperamos? Pues cocina criolla internacionalizada, con un gran trato y servicio, como se espera de un restaurante que va a superar los 60€ por plato.
Veamos qué obtenemos
La decoración es realmente buena, y el servicio, sin ningún problema.
La carta está poco estructurada, es un poco lío, y el menú degustación nos pareció un poco extremo en los platos, con lo que al final, decidimos comer a la carta.
De primero, para compartir, pero que nos presentaron perfectamente emplatado a cada uno de los dos, ceviche clásico. Un auténtico placer para los sentidos, y el estandarte de la cocina peruana, con permiso del pisco. Corvina (mmmm....¡¡qué recuerdos a Chile nos trajo el sabor del pescado crudo!!), con leche de tigre, que es suquet de pescado, con limón, lima y hierbas aromáticas.
De segundos, nos pedimos, black cod (así se llamaba en la carta, y estaba en la parte de cocina criolla...WTF!?), que era un bacalao, deliciosamente preparado con hierbas y una salsa con frijoles, que le confería ese aspecto negruzco, y chaufa tapadito, que es un plato típico quechua, con arroz, una tortilla de huevo, carne y pescado, preparado con una salsa de habas realmente espectacular.
Cualquiera de los dos platos estaba impecablemente presentado, y tenía matices, es decir, era algo más de lo que aparentaba. Con el paso de los restaurantes de nivel, hemos aprendido a distinguir la comida de llenar la panza de lo que ofrece ese punto más por el que un cliente (determinados clientes) está dispuesto a pagar.
De postre, una degustación para dos;
- Suspiro a la limeña, que es dulce de leche y merengue de Oporto,
- Buñuelos de calabaza con azúcar de caña, que se llaman picarones,
- Sorbete de Maracuyá con espuma de pisco y frutos rojos.
Todo realmente excelente, junto con un café más que rico también. No estratosférico, pero más que rico. Muy cuidado.
Algo más de 120€, para dos comensales, con un par de copas de vino Verdejo, lo que hace una velada sofisticada y divertida, llena de sabores de otras tierras y buenos matices para recordar.
Está en lo más granado del Paseo de la Castellana de Madrid. ¡Para probar! ¿Para repetir? No lo creo.