
El restaurante, en sí, es un despiporre de lujo, tomado en su sentido etimológico, de exceso.
Pero claro, en DF, las cosas de las clases sociales, están ahí para quedase, al menos un tiempo.
Nos abrieron la puerta del taxi, y comenzamos el baile de atenciones.
Camareros muy bien vestidos, camisetas y polos prohibidos, me tuve que ir a cambiar para poder ir, un poco lío de entrada, pero no me quise arrugar el ánimo por ello. En peores plazas habré toreado.


Y unos cacahuetes sin más.
Pasamos a la sala. Todo excelente, muy buen ambiente, no de celebrities, pero si de extranjeros y turistas en general. Agradable, en el funcionamiento.
Compartimos, de entrate, unos camaroncitos, que estaban fuera de serie. Muy bien cocinados, a la parrilla. También unas quesadillas al estilo norteño, con carne de ternera. ¡Excelentes también!
Yo me pedí, sin dudarlo, por la recomendación del camarero y de la mesa, un huachinango que es un pescado local, muy campechano, como podéis comprobar.
Parecía un sargo, muy rico. Extremadamente fresco y preparado con cierto picante, pero sin estridencias. Con unas patatas panaderas y unos tomates cherry. Muy sencillo, pero muy efectivo.
Las margaritas de tamarindo que nos apretamos con el pescado, no le hacían buena sombra, pero es que nos dijeron que no las podíamos dejar pasar y ya se había pasado su hora.
¿Por? Pues porque de postre nos pusimos unos reposados de la familia, que estaban fuera de toda duda.

No llama la atención ni el exceso de creatividad ni la impronta del chef, pero la ejecución es soberbia y se disfruta de una buena velada.
Sin duda, uno para acordarse.